Hoy no traigo ningún cuadro, sino algo que he escrito estos días, volviendo la vista hacia atrás un año. Que dedico a todos mis amigos a los que debo un café.
“El placer de coincidir”
El 14 de Marzo todo
cambió de repente y nuestro mundo se transformó en un universo más íntimo, más
familiar. Nuestros miedos crecieron ante una situación desconocida, ante las
terribles noticias que nos mostraban las continuas imágenes desoladoras y los
números. Números que no paraban de
aumentar y aumentar, números que contaban miles de historias de lucha,
enfermedad y en muchos casos de muerte. Muy asustados aprendimos a vivir con
todo eso, encerrados en casa y con el mínimo contacto con el exterior, viviendo
la calle desde nuestras ventanas, desde nuestros balcones y salimos a aplaudir,
a contemplar desde ahí los atardeceres, vino la lluvia, granizó, en varias
ocasiones salimos a ver el arcoíris, que mirábamos con esperanzas como si
viniera a decirnos que todo va a terminar bien.
Nos dimos cuenta de que
la vida puede cambiar en un momento y que lo hace sin avisar, o sin darnos por
avisados, empezamos a añorar muchas cosas que antes eran habituales y se
volvieron de pronto imposibles. Lo peor
era el no poder compartir tiempo con muchos seres queridos, los abuelos no
podían abrazar a sus nietos, los primos no podían jugar juntos, muchas madres
no podían ver a sus hijos, los amigos pasaron a estar tras una pantalla o un
mensaje de whatsapp.
Nuestra vida cambió, empezábamos
a darnos cuenta de que no era cosa de unos meses, la primavera del 2020 dejó
paso a un verano atípico, algo más calmado, o al menos eso queríamos creer. Los
más atrevidos planearon unas vacaciones fuera de su ciudad e incluso se
atrevieron algunos a irse a la otra punta del país, cuando unos días en la
playa más cercana ya era un logro.
Las medidas de seguridad
y las normas eran de lo más ingeniosas, en algunos lugares dividieron la playa
en parcelas, en otros había aforo limitado y había que hacer cola para poder
pisar la arena durante un tiempo, otros controlaban sus playas y el aforo con
drones. Los más afortunados disfrutaban de sus días de vacaciones en playas más
tranquilas, sin aforo o en casa aisladas en la montaña, los alojamientos
rurales se pusieron de moda, el verano se salvó, o eso nos contaron. En esos
días la gente volvió a reunirse con amigos, las familias se reencontraban, y se
empezaba a disfrutar el placer de coincidir. Los bares y restaurantes se
empezaban a llenar, cumpliendo en la mayoría de los casos las medidas de
seguridad establecidas, la vida en la calle volvía, eso sí con mascarilla y de
una forma diferente.
Algunos empezaron a ver
una luz al final de ese túnel, pensando que lo peor había pasado, con la
esperanza y el deseo de mejora; pero la esperanza no siempre es buena consejera
y nos muestra una realidad que no existe, nos llena de ilusión y nos hace caer
en comportamientos más relajados, más optimistas. Esa positividad que tanto
necesitamos para seguir es la misma que nos hace vulnerables.
Y como era inevitable llegó
el otoño, un otoño en el que se empezamos a pagar los momentos felices del
verano, un otoño que venía con una vuelta a la rutina, la vida seguía y se
intentaba volver a toda actividad, empezaban las clases como cualquier otro
año, pero con más miedo, con mil normas necesarias y con patios de recreo
divididos. Patios que no volvería a ver en ese curso la alegría de los niños
jugando todos juntos, patios que se disfrutaban por turno y con el cuidado de
mantener las distancias. Los niños, aprendieron a jugar con su mascarilla
puesta, a dos metros de distancia, sin tocar nada y limpiándose la manos
continuamente con hidrogel. Aprendieron a reír debajo de su mascarilla, a
compartir juegos con sus amigos, de forma segura y a su manera aprendieron a
seguir disfrutando del placer de coincidir.
Necesitamos tanto estar
con quienes queremos, añoramos tanto el calor de los nuestros, que sin darnos
cuenta estábamos ya pensando en cómo poder tener una navidad en compañía.
Algunos se conformaron con pequeños reencuentros, en número limitado, otros ni
siquiera tuvieron la oportunidad de verse y se quedaron en encuentros a través
de las pantallas. Otros se saltaban las normas, se reunían sin precauciones y
ponían en riesgo toda una posibilidad de mejora. La necesidad de compartir, de
coincidir y de estar con los demás nos jugaba esas malas pasadas.
A finales de año nos
llegaban noticias de una vacuna cargada de esperanza, otra vez el deseo de
mejora se apoderó de nosotros y la ilusión de un 2021 mejor nos hizo despedir
con desprecio al 2020, pensando en que dejábamos atrás el peor año de nuestras
vidas. Un año en el que nos quitaron mucho de lo que teníamos, un año en el que
nos volvimos más miedosos, en el que vimos calles vacías y hospitales llenos,
en el que aprendimos a apreciar de forma diferente las pequeñas cosas que nos
parecían tan cotidianas y que eran ahora tan especiales.
La esperanza de un 2021 mejor
se derrumbó pronto y de nuevo nos dimos cuenta que ese sentimiento jugaba una
vez más con la realidad, mostrándonos lo que no es. El año empezó con una nueva
oleada, con muchos más casos de afectados, los números empezaban otra vez a dispararse
y el virus estaba en nuestra vida, en nuestro entorno, se expandió, mutó,
empezaron nuevas cepas. El placer de coincidir empezó a convertirse en
el miedo a encontrarse.
Ya en febrero de 2021
todos habíamos visto de cerca esta enfermedad, bien por haber cogido el virus o
bien por haberlo tenido alguien cercano, algunos se curaron a otros,
demasiados, les dimos el último adiós.
En marzo del 2021, a un
año de todo, esto aún no hemos perdido la esperanza y este sentimiento vuelve a
aparecer en nosotros, parece que no hemos aprendido nada y sin embargo hemos
aprendido tanto. La esperanza viene en forma de vacuna, en los datos de bajada
de casos, en el pensamiento positivo de que esto no puede durar mucho más. La
esperanza nos ha estado engañando durante un año, pero aun así seguimos
creyendo en ella…
Hoy 14 de marzo me siento en la terraza del bar al que hace demasiado
dejé de ir, estoy con mi amiga con la que compartía desayuno a diario y a la
que he visto en contadas ocasiones este año, necesito este reencuentro,
necesito sentir el placer de coincidir, necesito compartir un café, una
conversación mirándonos a los ojos, necesito sentir que estos momentos serán
más, necesito reencontrarme con aquellos que quiero y no veo, necesito abrazar
a mis padres sin miedo de poder contagiarlos, necesito achuchar a mi sobrina, a
mis hermanos, a mi familia, necesito sentir el placer de coincidir.
María José Barrera Garrido
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